La modelo que rompió prejuicios en el mundo de la moda celebra su nacimiento sin perder la sensualidad ni el temperamento que marcó su vida
Los que la conocían coincidían: Naomi Campbell era tan admirable como insoportable. Impuntual, llegaba a entrevistas y producciones de fotos hasta tres horas después del horario pautado. Cuando finalmente aparecía no pedía disculpas, no miraba a los ojos al saludar y estrechaba la mano con desgano, todo mientras su asistente rogaba para que no tuviera uno de sus habituales ataques de mal humor. Pero entonces ocurría la magia. Posaba y la cámara la amaba; si le tocaba desfilar no caminaba, se deslizaba. Su fotogenia sobrenatural, el cuerpo de escultura inmune a humanidades como la celulitis y un andar de gacela hacían olvidar demoras, displicencias y hasta posibles resacas. Esa mujer podía tener mal humor, no conocer el significado del término puntualidad pero cómo no perdonarle todo a alguien que, más que humana, era una diosa de ébano.
Naomi Campbell nació el 22 de mayo de 1970 en Streatham, al sur de Londres. Su apellido se lo debe a su padrastro. A su padre biológico jamás lo conoció porque se fugó para nunca más volver cuando Valerie, su madre, de origen jamaiquino, estaba embarazada.




