¿Somos felices con lo que hacemos? A lo largo de la vida, pasamos gran parte de nuestro tiempo trabajando como para dedicarnos a algo que no nos gusta. Admitámoslo: no es fácil atreverse a dejar todo y buscar un nuevo horizonte profesional. Pero sí es posible.
Ser editora de fotos en una revista femenina fue un trabajo que disfrutó a full, pero algo se fue desdibujando con cada cierre, en el horario rutinario de lunes a viernes, a veces hasta tarde, en la redacción. A los 41 años, Paula se sentía alejada de esa sensibilidad que había desarrollado de más joven cuando terminó la carrera de fotografía. Recién separada y con un hijo aún en la primaria, el escenario no era el mejor para patear también el tablero en su trabajo estable, pero se despertaba todos los días con un vacío en medio del pecho. “Mi mamá y mis amigas me decían que estaba loca, que era el peor momento para renunciar. Yo sentía que ese caos absoluto que estaba viviendo era propicio para hacer borrón y cuenta nueva en todos los aspectos de mi vida, y la verdad es que siempre había fantaseado con trabajar de otra cosa”, confiesa hoy, tres años después, esta apasionada de la astrología y la alimentación, desde su casa en el Delta de Tigre, donde da talleres, asesorías y realiza cartas natales.
La claridad y la confianza que tuvo Paula en medio de su crisis vivencial y vocacional no son tan comunes en la mayoría de las personas que después de los 40 se hacen preguntas como: ¿soy feliz en mi trabajo?, ¿cuál es realmente mi sueño?, ¿qué pasa si dejo de ganar suficiente dinero? “Por lo general, en la adultez nos sentimos reacios a tomar riesgos. Por eso, es clave entender que cambiar de carrera es un proceso de exploración de posibilidades y aprendizajes que se venía gestando. Nadie salta a lo desconocido, al menos que esté obligado a hacerlo”, precisa Herminia Ibarra, profesora en la Escuela de Negocios de Londres y autora de Actúa como un líder, piensa como un líder.
En crisis
A lo largo de los años, muchas han sido las investigaciones sobre la crisis de la mediana edad, concepto creado por el psicólogo canadiense Elliot Jaques en 1965, para referirse al momento en que una persona toma conciencia de su propia mortalidad. Aunque el trabajo de Jaques se basó en artistas, la expresión se difundió y pasó a formar parte de nuestro vocabulario habitual para nombrar esa insatisfacción o replanteo que suele irrumpir al llegar a las cuatro décadas, en esa etapa bisagra entre el cuidado de los hijos y de los padres, con responsabilidades laborales, gastos fijos que crecen y un cuerpo que va mostrando poco a poco, o a veces abruptamente, los cambios.
Sin embargo, en pleno siglo XXI, cuando las adolescencias se extendieron, según una encuesta de Gallup, la etapa de mayor disconformidad en la actualidad se ubica entre finales de los 40 y los 55 años. Esto coincide con la teoría de la U del economista inglés Andrew Oswald, que representa el gráfico de la satisfacción a lo largo de la vida a partir de un estudio realizado en 80 países. Los extremos de la U representan “la felicidad” en los años de juventud, cuando todo está por hacerse, y en el retiro, cuando lo que queda es disfrutar de lo ya hecho, y la panza de la letra coincide con la famosa crisis de la que venimos hablando, que se desplazó de los 40 a los 47 años.
La pregunta entonces es qué hacer frente a esta situación. ¿Quedarse para siempre en esa meseta y conformarse o intentar cuanto antes salir de ahí? “En la sociedad hiperexigente en la que vivimos, muchos piensan que lo único que hay que esperar de la profesión es el éxito. Pero, ¿qué pasa con la satisfacción personal? Cuando aparecen las dudas, hay gente que por su edad no las escucha y no se imagina la posibilidad siquiera de pensar qué les gustaría hacer el resto de su vida”, plantea María Inés Rimoldi, psicóloga educativa especializada en orientación vocacional.
Mandatos
Sofía (49) tuvo su gran giro vocacional hace dos años. “Me replanteé la idea de vocación para toda la vida, porque eso viene de otro momento histórico. Harta de dedicarme a las ciencias duras, prioricé mi hobby. Cambié una vida intelectual y empresarial por otra más conectada con lo artesanal”, y cuenta que luego de trabajar por 25 años en una firma metalúrgica internacional como ingeniera, igual que su padre, finalmente renunció para anotarse en la UNA para estudiar Licenciatura en Artes Visuales y dedicarle todo su tiempo a un emprendimiento de bikinis que ya tenía junto a su hermana, y que hoy cuenta con 74 mil seguidores y ventas todo el año. “Es cierto que no tenía la presión de una familia, porque no tengo marido ni hijos, pero sí sentí que todo mi entorno esperaba que pudiera mantener un cierto nivel de vida alcanzado. Todo el mundo me veía como una mujer fuerte y exitosa, pero en lo personal me sentía apagada. Algunos me dijeron que volver a estudiar a esta edad era una pérdida de tiempo, que mis compañeros podrían ser mis hijos, pero no me hice cargo de esa opinión ajena”, confiesa.
Según Ibarra, el viaje que implica la exploración de la insatisfacción hacia el cambio es desordenado y nada lineal, lleva tiempo; probablemente, en él vayamos recorriendo diferentes caminos sinuosos, donde pueden aparecer varias “vocaciones”, y en el transcurso quizá vayamos probando y aprendiendo de “una gama de posibles yo” sobre ideas de en quiénes quisiéramos convertirnos. Sofía venía incursionando hacía rato con la venta de indumentaria por internet, pero no se animó a pegar el volantazo y renunciar a su trabajo formal hasta que entendió que la indemnización que pudiera acordar le serviría para impulsar aún más su emprendimiento, y eso fue lo que hizo.
Nuevo rumbo
La estabilidad de la trayectoria profesional ya no es la de antes. También, en la actualidad hay carreras o profesiones que no existían hace décadas o no estaban de moda, y hoy tal vez dan legitimación a un deseo latente. Como le pasó a Paula, que volvió a encontrar en la astrología, una disciplina que vive un gran momento de interés, esa pasión por la actividad que se lleva a cabo todos los días y la razón de ser que tantas personas buscan en la segunda etapa de la vida, cuando aún falta tiempo para la jubilación, pero también se empieza a planear. Sumado a esto, la pandemia de COVID-19 impulsó a mucha gente a buscar alternativas para subsistir, obligándolas a iniciar después de los 40 una actividad que no habían tenido en cuenta anteriormente.
Este panorama fue el que llevó tanto a Jimena (53) como a Clara (47) a reinventarse por completo. No se conocen, pero sus historias son semejantes. Las dos con títulos profesionales, recibidas en la UBA, ninguna se imaginó ni cerca en el rubro inmobiliario, pero actualmente están muy contentas de haberse animado a este cambio.
Luego de estudiar abogacía pero dedicar toda una vida a la gastronomía, primero en restaurantes internacionales y luego del nacimiento de sus tres hijos en su casa cocinando por encargo y al frente de una marca gourmet de empanadas, Jimena quedó agotada por la cantidad de horas que pasó en su cocina durante la pandemia, cuando la gente recurrió más al delivery.
Un día en que estaba muy cansada hizo las cuentas de lo que había ganado en el mes, y la desilusión por trabajar muchísimo y no lograr cubrir los gastos fue abrumadora. Ahí sintió un quiebre: necesitaba cambiar si en los años siguientes quería tener una mejor calidad de vida. “En este proceso, te das cuenta de que ‘quién sos’ no está en sintonía con ‘quién querés ser’, y es evidente que algo no funcionó o que necesitás reformarte. Es un cambio de identidad y no simplemente un cambio de rol, por eso genera tanto miedo”, asegura Ibarra.
Hacía poco, y casi al mismo tiempo, a Jimena le habían ofrecido hacerse cargo del restaurante de un centro cultural, que implicaba horarios de noche y los fines de semana, pero era una opción segura para ella que conocía el oficio, y una mamá del colegio de su hija le había propuesto trabajar en Remax. “Dudé muchísimo antes de decidir, era mi tercer cambio de carrera, tenía vértigo, debía prepararme y sacar la licencia para ser agente inmobiliario. No lo consulté con mucha gente, porque cada vez que lo hablaba más miedo me daba empezar de cero y una de las pocas personas a quien le conté me dijo que estaba grande para hacer semejante cambio. Hoy siento que intercambié un trabajo cansador, y que dependía solo de lo que yo podía producir, por otro donde formo parte de la ilusión de mudarse de la gente y encima cobro en dólares”, concluye.
Reinventarse
Diseñadora gráfica de profesión, Clara venía haciendo trabajos freelance desde su casa cuando el encierro irrumpió y, como consecuencia de la crisis económica, dos de sus clientes más importantes redujeron el presupuesto para el área en la que ella colaboraba. Primero sintió incertidumbre, hacía tiempo que no salía en búsqueda de nuevos trabajos; después, una angustia muy profunda, que sin embargo no duró demasiado, porque rápidamente entendió que desde su sillón no iba a poder resolver nada y menos pagar a fin de mes la tarjeta. Porque si algo es cierto después de los 40 es que el dinero puede ser un factor clave y decisivo para decidir cambiar o no de trabajo.
El año anterior, su marido había recibido un PH de dos ambientes en Belgrano como herencia y lo publicaron en la plataforma de alquileres temporarios Airbnb. En un contexto donde este rubro está viviendo un boom, rápidamente Clara empezó a ocuparse de decorar el espacio, atender a los inquilinos, preguntar a otros que tenían más experiencia, y así llegó a administrar siete departamentos y dedicarse tiempo completo a esta actividad. “El diseño quedó enterrado, más por falta de tiempo que por decisión; no reniego de lo que hice antes, pero siento que me redescubrí en este aspecto, que me llevo muy bien interactuando con los viajeros, que me gusta ir de un departamento al otro procurando que todo esté impecable antes de cada check in. Mi parte favorita es la puesta a punto de los lugares nuevos que me piden administrar. Voy creando como una marca que los conecta a todos”.