El psicólogo español introdujo a Bert Hellinger en España y hoy es uno de los máximos referentes de constelaciones familiares en el mundo hispanohablante.
Acaba de lanzar su nuevo libro, Constelar la vida, donde plasma su visión de las constelaciones familiares y las hace dialogar con la filosofía y la espiritualidad.
En su paso por Buenos Aires
“No se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece”, lanza el psicólogo y gestaltista Joan Garriga, uno de los máximos referentes en constelaciones familiares en español. En su último libro, Constelar la vida (Destino), logra plasmar su gran formación teórica, práctica y espiritual, y hace convivir sin esfuerzo conceptos filosóficos complejos y explicaciones trascendentales de la vida con cuestiones mundanas. En su paso por Buenos Aires.
Licenciado en psicología, en 1986 creó el Instituto Gestalt de Barcelona, donde desarrolla su actividad como terapeuta y formador en constelaciones familiares, coaching sistémico, terapia Gestalt y PNL. Allí invitó en 1999 a Bert Hellinger -teólogo y creador de las constelaciones familiares- a presentar su trabajo sistémico sobre constelaciones familiares. Con el tiempo, él mismo se convirtió en uno de sus principales exponentes.
En los últimos años, ha publicado El buen amor en la pareja (Destino, 2013), La llave de la buena vida (Destino, 2014), Bailando juntos (Destino, 2020) y Decir sí a la vida (Destino, 2021). Y si bien cuenta que le han pedido un “manual” de constelaciones, asegura que no es su estilo: “No es una manera canónica, sino que es una manera más mítica, poética, evocadora, que hace pensar más que dar la información triturada y digerida”.
─ Dedicaste el libro a Bert Hellinger, y él está presente a lo largo de todo el libro. Decís que él te cambió la vida, ¿cómo y por qué?
─ Sí, efectivamente, le dedico el libro a Bert Hellinger y lo traigo a colación en el libro de muchas maneras. Y creo que su gran enseñanza ha sido la inclusión, la gramática copulativa del padre y la madre, esto sí y lo otro también; que es distinto de una gramática disyuntiva, que excluye una parte.
Fue importante en mi vida -sobre todo en el sentido profesional- porque, aunque yo llevaba muchos años trabajando como terapeuta, notaba en mi interior el deseo de algo más, alguna comprensión o herramienta nueva. Distintas técnicas me sirvieron un tiempo, pero luego necesité algo más; y las constelaciones me siguen atrayendo y las sigo haciendo con mucho gusto.
A nivel personal, también me han sido muy buenas para reestructurar algunos vectores afectivos respecto al padre, a la madre y para reestructurar algunas compresiones en el ámbito de la pareja también.
─ En Constelar la vida te preguntás por qué son tan importantes los vínculos y las raíces, y explicás que explorar nuestras raíces se convierte en un asunto fundamental en el viaje de la vida. Y reflexionás: ¿de qué manera nos ayudan a convertirnos en lo que realmente somos? También te podría preguntar ¿qué somos? Pero puede ser una respuesta muy larga o muy difícil…
─ En un sentido funcional, somos un relato, una historia, una red de vínculos, una conexión con las raíces y con los vínculos que creamos en nuestra vida. Somos, también, una biografía, una construcción de vida, un forjarse un camino de manera tal que, con suerte, cuando nos vamos de este mundo podamos decir “qué bonito ha sido vivir, y con qué paz y tranquilidad me voy de este mundo, cuántos amores y semillas he dejado sembradas”.
En un sentido más espiritual, no somos un relato ni una biografía: somos esencia, fuego divino. Y a mí me parece que también esto ayuda a interseccionar lo humano y lo divino, la esencia con la persona que nos toca encarnar.
En el trabajo terapéutico y de constelaciones, creo que es especialmente importante un amparo, no sólo en nuestras raíces humanas, sino en nuestra resonancia con lo que es, aunque no tenga forma este ser. Porque ante el precipicio de la existencia, los grandes dramas, las grandes tragedias que a veces suceden en una vida o en las familias, yo creo que se necesita un cierto amparo o reconocimiento de este lugar trascendente o espiritual. Porque si no, a veces el paisaje es excesivamente desolador.
─ En un capítulo hablás sobre la muerte, la importancia de valorar el presente e integrar también la muerte en la vida.
─ La vida son unos cuantos diálogos, pero uno muy importante es el diálogo entre vida y muerte, entre energía de vida y energía de muerte, entre los vivos y los muertos. Todas las personas albergamos en nuestro corazón el nexo con muertos (los abuelos o padres, hermanos, hijos, parejas, exparejas). Así que una pregunta muy relevante que el trabajo de constelaciones aborda muy directamente es nuestro nexo con los muertos.
Es muy importante que los muertos estén en un buen lugar para que los sintamos como fuerzas benéficas, auspiciosas para nuestra vida y para evitar dinámicas que vemos en el trabajo, como “yo te sigo a la muerte, querida mamá” o movimientos de querer morir o de no sujetarnos bien a la vida porque estamos pegados a personas que ya fallecieron por un instinto mamífero de pertenencia y de contacto. Así que hay que dejar a los muertos en la muerte y a los vivos en la vida, y el puente entre vivos y muertos es el amor.
La mayoría de personas con suerte somos bendecidas por la sonrisa de los que nos precedieron y ya se fueron y se alegran de que nos vaya bien. Y aunque esto suene poesía, los que ya murieron siguen presentes en nosotros, en forma de potencias, de aprendizajes, de todo lo que transmitieron. Así que una actitud agradecida con los que ya estuvieron, nos permite honrarlos y que nuestro camino hacia la vida sea más ligero.
─ En relación con la influencia de los ancestros en nuestra vida, ¿en qué medida estamos condicionados por nuestro árbol familiar? ¿Qué papel cumple la epigenética y los factores ambientales? ¿Y cómo es ese vínculo entre el pasado y nuestro presente?
─ Estamos condicionados de una manera tan simple y evidente como que no podemos elegir el cuerpo que tenemos. Esto es una obviedad. Y luego, cuando miramos muchas de las cosas que hacemos en la vida, nos damos cuenta también de que están envueltas en ropajes que guardan relación con cosas anteriores de nuestro sistema familiar.
Creo que, a través de la integración, hay que lograr desconectarse de las cargas; todo sistema familiar transmite infinidad de potencias, y esto forma parte de nuestro equipaje genético y epigenético: todo lo que aprendieron nuestros anteriores está con nosotros, y hay algunos aprendizajes que a ellos les sirvieron.
Por ejemplo, imagínate una situación de alto estrés en la familia por una situación de guerra o violencia, y la familia reacciona con paranoia y temor. Luego uno puede heredar también esta vivencia de paranoia y temor y teñir aspectos de su vida con esta desconfianza, hasta que comprende que, en realidad, esto fue un aprendizaje útil para los abuelos, padres o bisabuelos, pero ya no es útil para la vida actual. Por lo cual, sí conviene desprenderse de aprendizajes que fueron útiles en su momento, pero que hoy en día son cargas y limitaciones.
Me parece válida esta expresión que dice que “sin raíces no hay alas”, o lo que el mismo Nietzsche decía, que el árbol que puede elevarse muy alto hacia el cielo es porque hunde sus raíces fuertemente hacia la tierra.
Alejandro Jodorowsky titula uno de sus libros Donde mejor canta un pájaro… es en su árbol genealógico. Hay que evitar que desafine en algunos aspectos, porque también heredamos traumas -que en su momento fueron aprendizajes de vida en situaciones difíciles-. Luego constantemente estamos aprendiendo, y también actúa lo epigenético, ya que la vida nos ofrece mil oportunidades para seguir haciendo acopio de talentos, recursos y aprendizajes que luego le daremos a nuestros hijos y posteriores. Pero no podemos amputar nuestros pies, no podemos amputar nuestra historia personal y familiar: hay que integrarla.
A veces pongo el ejemplo de un supuesto hijo de Hitler: imagínate cómo sería para un hijo de Hitler integrar sus raíces, es un reto casi sobrehumano, pero tendría que llegar a un lugar de decir “papá, tú, tu vida y yo, la mía. Tú, tus muertos y crueldades y yo me hago libre de todo esto”. Pero seguramente el hijo sentiría una losa pesada en su cuerpo porque también se siente legatario de esta tragedia enorme que su padre ocasionó.
─ Asegurás que en las constelaciones familiares “no es necesario creer en nada, ni siquiera en los psicólogos; la clave es experimentar a nivel sensitivo, emocional y visual”. ¿Cómo es la sinergia que hacés de estas dos disciplinas y por qué decís que la magia de las constelaciones familiares puede explicarse con la teoría de las neuronas espejo?
─ Yo creo poco en abogados, pero a veces los necesito para redactar un contrato… Uno no va al psicólogo porque “cree” en los psicólogos, va porque tiene un dolor, un problema o algo que necesita resolver. He conocido mucha gente que no creía en psicólogos hasta que le dio una problemática y necesitó buscar ayuda.
Si a mí me preguntan ¿crees en las constelaciones familiares? Ni creo ni no creo, las experimento. Es más importante la experiencia que la creencia. Entonces, es cierto que las constelaciones familiares tienen un elemento que no es explicable todavía hoy en día con instrumentos que satisfagan nuestra racionalidad.
Es inexplicable por qué los representantes experimentan vivencias, tramas y sensaciones de los representados. Y esto no es una especulación: yo he visto representantes que tienen sintomatología o gestos físicos que reproducen fidedignamente gestos y síntomas de los representados. ¿Por qué esto ocurre? No lo sabemos.
Entonces especulamos con algunas teorías. Los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, la teoría de las pequeñas partículas de la física cuántica… También las neuronas espejo nos hacen entrar en un universo de comprensión de las otras personas… Aunque todo esto es pura especulación. No creo que intervengan tanto las neuronas espejo en explicar el fenómeno que sucede en constelaciones.
Mi propia idea es que la información está en todas partes. De pequeños aprendemos a reprimir nuestro estado perceptivo -que es muy importante reprimirlo, porque si no viviríamos en un universo psicótico-, pero en contextos terapéuticos sí conviene ampliar la percepción para poder enfrentar las cosas que no quedaron resueltas.
Pero, como digo en el libro, mi fantasía es que dentro de doscientos años me levante de mi tumba, echo una ojeada y a lo mejor aprendo cómo han explicado este fenómeno. Pero como siempre digo: no es necesario comprender las cosas para que funcionen.
─ Mi próxima pregunta tiene que ver con esto que decís de “despertarte en el futuro”: ¿cómo ves el futuro de las constelaciones familiares y su integración en la terapia moderna? ¿Cuál es tu visión sobre su impacto transformador en la sociedad actual?
─ Es que las constelaciones familiares vienen de abordajes terapéuticos. Virginia Satir -que es la abuela de las constelaciones y creó la escultura familiar- fue una gran terapeuta familiar. Luego otros autores crearon las coreografías familiares. Entonces, el marco natural al que pertenecen las constelaciones es el marco del conocimiento psicológico y de los abordajes de intervención terapéutica, sistémicos y familiares.
Entonces lo que yo veo es que seguirá siendo una herramienta que se usará, no solo en el ámbito clínico de trastornos psicológicos, sino también en el ámbito educativo, de la salud, de las empresas, de la justicia. Incluso me atrevería a decir que en algún momento en el ámbito político, especialmente cuando caiga en suerte algún político que no tenga tantas tendencias narcisistas o psicopáticas.
Pero es una herramienta que nos permite pensar asuntos muy complejos de una manera bastante sencilla y nos permite en poco tiempo vislumbrar y tener compresiones que pueden generar semillas para impulsar movimientos de acción y de transformación.
También veo las constelaciones perfectamente integradas dentro de procesos terapéuticos y de transformación personal, social o empresarial. No lo veo como una herramienta única que compite con otras herramientas, sino que está en integración con otras.
─ Esto me lleva a aquello que decís que “constelar no siempre es lo más importante en un taller de constelaciones”, sino trabajar en uno mismo a través de la constelación.
─ Se ha creado un caldo de una atmósfera en el ámbito de las constelaciones, donde están investidas de una aureola mágica, casi oracular o sacerdotal. Esto infantiliza mucho a los consultantes, en el sentido de que quieren depositar la guía de sus asuntos en una metodología. Y a mí esto no me parece que sea adecuado. Con suerte una constelación estimula un proceso donde la persona se pone más a trabajar consigo misma o más conectada con sus movimientos internos.
Pero yo personalmente jamás delegaría en una constelación una decisión sobre mi vida. Puedo hacer una constelación y, con lo que aprendo de la constelación, luego integro lo que sea necesario y decido lo que me conviene. Pero no se puede tomar una constelación como si fueran los Reyes Magos que te van a traer el último juguete que a tu ego le apetece.
─ Como cuando hacés referencia a una experiencia de mala praxis, en donde mencionás a una persona que asegura “mi papá no es mi papá, me lo dijo un constelador”.
─ Claro, esto a mí me parece mala praxis, porque yo creo que el terapeuta en constelaciones -al igual que en muchos otros métodos terapéuticos- tiene que ir un paso por detrás, y no un paso por delante. Tiene que reprimir sus deseos de ser una autoridad o de ejercer un saber. Yo creo que el terapeuta trabaja con mucha más eficacia desde la humildad.
─ Me gustaría preguntarte por el rol de los secretos de los secretos familiares en los sistemas, ¿cómo integrar sin conocer algo que ha ocurrido?
─ Los secretos son paradójicos: tienen la misión de proteger, pero crean más daño del que pretenden evitar. Yo creo que hay una ley que rige -nos guste o no- y es que la realidad tiene derecho a ser exactamente de la manera que ha sido. Entonces, los secretos en realidad son pretensiones de la mente, porque el cuerpo desconoce los secretos, sino que vive en la realidad.
Entonces, una criatura es adoptada y no se le ha dicho, pero en algún lugar muy profundo esto se sabe, aunque la persona no sabe que lo sabe. Entonces, si de mí dependiera, trataría de que se ventilaran todas las habitaciones de la propia casa personal y de la propia casa familiar. Y en algunas habitaciones encontraríamos vergüenzas, secretos sexuales, confusiones de paternidad o de maternidad. Encontraríamos también vergüenza sobre identidades sexuales o comportamientos sexuales, culpas sobre cosas que se hicieron… Y, claro, la persona trata de protegerse a sí mismo o al sistema de sus propias conductas.
No digo que haya que hacer una proclamación pública de estas cosas, pero mi idea es que es más fácil integrar lo que es visible que lo que se trata de esconder. Y lo que se trata de esconder al final genera mucha inquietud y es una inquietud que es palpable a veces en la atmósfera. Pero como no se sabe, es más difícil de encarar.
Así que si de mí dependiera, trataría de que no hubiera secretos, porque también podríamos decirnos -en términos más existenciales o filosóficos- ¿qué hay de la realidad que no merezca ser de la manera que ha sido? ¿Por qué hay que esconder las cosas?
El juego de los secretos empieza con uno mismo. Han pasado cosas en nuestra historia que las metemos en una habitación y cerramos la llave, y son incluso secretos para nosotros mismos, pero no para nuestro cuerpo. A veces el secreto cumple una función de protección, pero acaba creando una realidad de prisión y de desconexión con uno mismo.
─ Tu libro -así como los anteriores- está plagado de referencias a espiritualidad oriental (desde tus menciones al dios Krishna, al taoismo, a la meditación zen, etc.). ¿Cómo fue tu descubrimiento y recorrido personal en relación a este tema y cómo hacer convivir estas disciplinas? Si bien la espiritualidad está en los orígenes mismos de las constelaciones, ¿es de alguna manera el vínculo con la espiritualidad tu sello o aporte a esta disciplina?
El mismo misticismo dentro del cristianismo va en la misma dirección. Es lo que se llama filosofía perenne, de la que hablan muchos abordajes, pero con distintas palabras. Y en el libro también le doy la palabra a algunos filósofos como Nietzsche, que aunque era declaradamente anti crístico, dice cosas que son de una trascendencia espiritual que podría suscribir mucha gente que está muy avanzada en el camino espiritual.
Así que Oriente, Occidente… Son todos dedos que apuntan a un lugar interior en el que podemos descansar frente a la voluble fortuna, a los vaivenes cambiantes del camino de la vida. Porque si nos inclinamos demasiado a la derecha o a la izquierda creyendo que vamos a naufragar… Pues son inclinaciones del camino, pero el eje queda intacto, con independencia de lo que suceda.