“Es increíble como en un lugar tan lejano y desconocido por la mayoría de los turistas se pueda vivir con tan poco”, remarcó Sebastián Godoy sobre su experiencia por el sudeste asiático junto a su mujer y su hija, de 13 años
Sebastián Godoy siempre supo que lo suyo era viajar, pero lo que no imaginaba era que convertiría esa pasión en un estilo de vida familiar. Desde que dejó su ciudad natal en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, en 2005, se propuso recorrer el mundo con su mochila y su guitarra, en búsqueda de lugares y experiencias que lo conecten más con las personas y la naturaleza.
“Dejé de ser turista para convertirme en viajero. Aprendí a viajar barato para conocer más”, admitió Sebastián mientras recuerda cómo fueron sus inicios. Lo curioso es que ya no lo hace solo. Su compañera Lisa Mónaco, una italiana a quien conoció en 2006 en Quito, Ecuador, y su hija Luna, de 13 años, son parte inseparable de esta aventura.
“Utilizamos el low cost como filosofía de viaje”, enfatizó Sebastián, cuyo objetivo es ajustar lo más posible el presupuesto para permanecer más tiempo en los lugares y así experimentar las distintas culturas. “Viajamos en familia para regalarle a nuestra hija una mirada más amplia sobre el planeta que habitamos”, remarcó.
Lisa empezó a viajar desde que estaba en la panza de su mamá y a los 10 años ya había visitado los cinco continentes. “Al principio fue difícil. Pero ahora, ella está acostumbrada a los trayectos largos, a dormir en sitios humildes y a comer lo que haya disponible”, explicó sobre el comportamiento de su hija. “Es una nena que tiene el mundo en la palma de la mano”, indicó su padre con orgullo.
Tras recorrer gran parte del sudeste asiático y visitar países como Vietnam y Camboya, esta familia viajera se propuso un destino que los alejara de las playas turísticas y los acercara más a la vida auténtica de la región. Así fue como llegaron a Laos, el país considerado como el más barato del mundo, donde se enfrentaron a caminos intransitables, lluvias torrenciales, puentes colapsados y la vida rural en su estado más puro.
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Atravesado por el río Mekong, Laos es conocido por su terreno montañoso, la arquitectura colonial francesa, los asentamientos tribales en las colinas y los monasterios budistas. En los pueblos remotos, a algunos de los cuales solo se puede llegar en barcas, la mayoría de los laosianos se ganan la vida con la agricultura. Grandes campos de arroz se extienden a ambos lados de las fértiles orillas del Mekong, ya que es el alimento principal de los habitantes y se come hasta tres veces al día.
“El trayecto más largo lo hicimos en barca por el río Mekong. No había carreteras transitables, solo el agua era nuestra vía”, contó Sebastián, quien relata todas sus travesías a través del canal de Youtube y el Instagram @exoticoybarato. “Nos subimos a una barca grande, de madera, con unas 100 personas, y viajamos durante dos días, haciendo paradas en pequeños pueblos donde el tiempo parece haberse detenido”, recordó.
Uno de los momentos más memorables del viaje fue la visita a las famosas 4000 islas del Mekong, un archipiélago fluvial en el sur de Laos. “Nos quedamos en una de esas islas y fue uno de los lugares más exóticos y baratos en los que hemos estado”, señaló Lisa. “Por las noches, salíamos con nuestras bicicletas por los caminos de tierra, con las pequeñas luces de las casas iluminando el camino y el sonido del río siempre presente. Todo era mágico”, agregó.
Cada parada que hacían con la barca era un descubrimiento: “Llegabas al muelle y veías a los niños corriendo, saludándote como si fueras un visitante de otro planeta. La simplicidad de la vida ahí era hermosa”. Pero también admitieron que no todo fue tan sencillo. “Las carreteras en Laos estaban tan destruidas que recorrer 150 kilómetros podía tomarnos diez horas”, dijo Sebastián. “Eso sí, cada hora de viaje valió la pena”, añadió.
Al hablar de la experiencia de viajar low cost en Laos, Sebastián explicó cómo los precios lo sorprendieron gratamente. “Nos hospedamos en lo que se conoce como guest houses, que son casas de familias locales que alquilan habitaciones. Una noche nos costó 10 dólares para los tres. Y comer… ¡era una locura! Un plato de comida local nos salía entre 1 y 4 dólares. Es increíble cómo en un lugar tan lejano y desconocido se puede vivir con tan poco”, ejemplificó. El viaje en barco por el río Mekong, en tanto, cuesta 10 dólares para los adultos y 7 dólares para los menores.
Pero Laos no solo les ofreció paisajes impresionantes. También descubrieron una cultura rica y apegada a sus tradiciones, algo que contrasta con el desarrollo que vieron en países vecinos como Tailandia. “En Laos, sentías que estabas en un lugar detenido en el tiempo. No había tanta infraestructura moderna, pero la gente era cálida y auténtica. No buscaban el turismo masivo, como en otras partes del sudeste asiático”, aseguró.
Aunque sus aventuras en Laos estuvieron llenas de desafíos, como las largas horas de viaje en moto por caminos polvorientos o cruzando ríos en botes precarios, cada experiencia les permitió conectarse más con la esencia del lugar. “Uno de los momentos más impactantes fue recorrer en barca la cueva de Kong Lor, de siete kilómetros, donde navegamos por un río dentro de la montaña. Es algo que nunca habíamos visto antes”, dijo Sebastián.
Lisa también habló de los desafíos que enfrentaron con la comida. “En los mercados, veíamos ranas, tortugas e insectos que la gente compraba para cocinar. Fue todo un choque cultural. Nunca probamos esas cosas, pero fue interesante ver cómo se alimenta la gente local”. Sin embargo, a pesar de las diferencias, pudieron adaptarse bien a la comida local, que “era sencilla y económica”.
En Laos pudieron disfrutar de un país sin la necesidad de grandes lujos. “No necesitas mucho dinero para vivir grandes aventuras. Lo que importa es tener la disposición de adaptarte, de aprender de los demás y de disfrutar cada momento como si fuera único”, reflexionó Sebastián.
Además de Vientián, la capital de Laos, otra de las ciudades que les gustó fue Luang Prabang, ubicada entre montañas y bordeada por los ríos Mekong y Nam Khan. De fuerte herencia colonial, con sus calles adoquinadas y casas de estilo francés, también se destaca por sus templos budistas, como el Wat Xieng Thong, y su aire espiritual. “Es una ciudad hermosísima, con una arquitectura histórica bien conservada. El ambiente es tranquilo, sin el bullicio de otras capitales asiáticas, lo que la convierte en un destino ideal para sumergirse en la cultura laosiana más auténtica”, recomendaron.
Hasta el momento, Sebastián y Lisa llevan recorridos 30 países; principalmente los ubicados en Sudamérica y Asia. Hoy, continúan su viaje por Italia, de donde es oriunda Lisa, llevando consigo una maleta llena de recuerdos y un blog donde comparten sus experiencias para inspirar a otros a viajar de la misma manera.
El próximo destino de la familia será Nueva York. Después de su estancia en Cerdeña, donde tienen una base de trabajo temporal, están listos para cambiar completamente de escenario. “Nos vamos a la civilización de verdad”, bromeó Sebastián, contrastando la simplicidad de su reciente viaje a Laos con la vibrante y cosmopolita ciudad estadounidense. “No será el típico viaje que hacen todos para conocer esa metrópoli. Vamos en busca de lo más exótico y barato”, prometieron con entusiasmo ante este nuevo desafío.